LA TAPIA DEL CEMENTERIO
LA TAPIA DEL CEMENTERIO Los primeros gallos del día todavía se estaban despertando. «Ya es la hora de los fusilamientos», se dijo Elías. Vestía un luto pobre de camisa remendada y pantalón grasiento. Salió, sin ninguna prisa, camino del cementerio. En su mano derecha, el mechero de su padre, el que le traía suerte. El reloj avanzaba despacio, casi dormido, mientras que el aire, por una vez, había olvidado el calor sofocante que asfixiaba al pueblo. Era la estación del año en la que sudan los calendarios; pero, desde lo del establo, un terco escalofrío helaba las entrañas de Elías. Algunos vecinos arrastraron sus pies hacia las tapias, formando una procesión silenciosa, solo iluminada por las brasas cabizbajas de los cigarrillos. Allí los esperaban los soldados del dictador. Para unos pocos, aquello era simple justicia. Pero Elías apretaba los puños y los dientes cuando pensaba en...