PEQUEÑA ESPINA
PEQUEÑA ESPINA Podría haber sido un día más. Uno de los muchos en que él se acercaba con ojos brillantes de odio y con puños apretados y Elena se encogía como un ratón que huía por una grieta de la pared. O podría haber sido una de las noches en las que Vicente volvía a casa oliendo a vino peleón y soltando palabrotas e insultos a Silvia, mientras la pobre chiquilla le rogaba que la dejase en paz, por favor, papa, ¿qué culpa tengo yo? Mirando lo guapa que era, él perdía el control y terminaba aporreando las puertas y los muebles. Pero la tarde había sido distinta, los cuatro juntos, el centro comercial abarrotado, las rebajas echando humo y Vicente, el bueno de Vicente cuando no estaba fuera de sí, soltando bromas y pasando la tarjeta como si no le importara que ya estuviera casi al límite del crédito. Más tarde fueron a cenar. Andrés, el pequeño de once años, solo pidió un trozo de pizza y ni siquiera levantó los ojos del móvil; los problemas de los demás no le afectaba...