LA CAZA
LA CAZA El cazador se internó en la selva. El paso del río, que estaba vigilado, era el único que se podía utilizar en varios kilómetros a la redonda. No había tiempo que perder: debía entregar la presa viva a su cliente antes de la puesta del sol. Después de haber cumplido decenas de encargos extravagantes, uno más carecía de importancia. Él era un profesional, el mejor. Por eso lo buscaban los hombres más ricos del Brasil y nunca le faltaba trabajo. Si todo salía bien, podría retirarse a un pueblo tranquilo. Ya estaba harto del peligro que suponían los animales y los aborígenes. Si lo atrapaban se lo terminarían comiendo, como ya habían hecho con algún conocido. Cuando el guardia se alejó de su puesto solitario en la ribera, el cazador cruzó sobre las maderas inestables, bebió un poco de su cantimplora y continuó su camino, apartando la maleza, fijándose con cuidado dónde ponía el pie. Llevaba los ojos muy abiertos y los oídos atentos a cualquier indicio de peligro. En la...