La aldea crece
La aldea crece El crío que había llegado esa misma tarde a la aldea estaba tumbado en medio de la plaza, con la cara blanca. Tenía un poco de sangre en las rodillas y a su alrededor había varios abuelos, que estaban alarmados. —Se ha caído redondo, tío Antonio —dijo uno de los chiquillos. Los cinco chicos que vivían en la aldea estaban insoportables por la alegría de tener un nuevo amigo. Entraban y salían sin parar del pequeño bar de la plaza. «Que si ahora pasan tres o cuatro a esconderse, que si se meten en el servicio, que si “un vaso de agua, por favor”; el caso es dar por saco…» —pensaba el dueño del bar, el tío Antonio. De repente, las risas se habían callado; y él, que se sentía alcalde pedáneo, salió a ver qué pasaba: —¡Trae azúcar, Andrés! Entra cagando leches a la tasca y me traes dos o tres sobres de detrás de la barra ¡Este crío tiene una bajada de azúcar! — le gritó a uno de los chavales. Estuvo un rato agachado, dándole palmaditas en la cara,...