Definitivamente inmóvil
Definitivamente inmóvil Desde que el abogado le consiguió la libertad condicional en espera de juicio, Don Andrés iba los fines de semana a la casería. A veces se acercaba con una muchacha; otras, con un grupo grande de amigos. Siempre avisaba con tiempo para que el Esteban y la Berta le tuvieran todo preparado en aquel antiguo y enorme edificio. A Don Andrés no le gustaba quedarse en la cama hasta mediodía, como era de esperar en un señorito de ciudad que trasnochaba con las juergas, sino que se levantaba temprano y bajaba a La Hinojosa, antes de que los vecinos se pusieran en marcha y pudiera verlo demasiada gente. Se pasaba por el único bar que había allí, se tomaba su café con leche y churros y compraba roscas de sobra para sus invitados. Después de desayunar, se acercaba siempre al lado de los contenedores. Allí se solía quedar un buen rato. Algunas veces, se le saltaban las lágrimas. Esteban y Berta, los guardas, ya habían avisado a la Rufina de que al ...